Comentario
De las disensiones que hubo en la Asunción entre el Obispo y el General Felipe de Cáceres hasta su prisión
En tanto que pasaban las cosas referidas en la provincia del Guairá, vinieron a tal estado las pasiones y diferencias entre el General Felipe de Cáceres y el Obispo, que estaba toda la ciudad de la Asunción dividida en dos bandos: unos decían que la parte del Obispo debía prevalecer por Pastor; y otros que la del General por Ministro del Rey, pues en lo temporal no tenía por qué sujetarse al Obispo. De aquí resultó que el General castigó a algunas personas del bando opuesto; y el Obispo se valió de censuras y excomuniones contra el General y sus ministros. Era tal la confusión, que algunos clérigos y eclesiásticos se mostraban contra el Obispo, y muchísimos seculares contra el Gobernador, viviendo todos en suma inquietud y sobresalto. Habiendo entendido el General que trataban de prenderle, aprisionó a algunas personas sospechosas, y entre ellas al Provisor Alonso de Segovia. Y llegándose el tiempo de la venida del Gobernador Juan Ortiz de Zárate, se determinó el General bajar a reconocer la boca del Río de la Plata, por ver si parecía la armada; y habiendo prevenido los bergantines, barcas y canoas, bajó con doscientos hombres, llevando preso consigo al Provisor con ánimo de extrañarle de la provincia y pasarle a la de Tucumán, aunque hasta entonces no estaba descubierto aquel camino.
Caminando con su armada, llegó a los anegadizos de los Mepenes, en seguida al riachuelo de lo Quebacas, y después a la boca del río Salado, donde tuvo comunicación con los naturales de aquella tierra, y desde allí pasó al fuerte de Gaboto; y entrando por el río Varadero, salió al de las Palmas, y después fue a la isla de Martín García, donde salieron a pedir paz algunos indios Guaraníes de aquellas islas. De allí atravesó aquel golfo a la de San Gabriel, desde donde despachó un bergantín a la isla de Flores cerca de Maldonado, el cual volvió sin haber en toda aquella costa divisado señas de gente española. Con la llegada del bergantín se resolvió la vuelta, dejando en todas las partes señales, cartas y avisos, para los que viniesen. En este viaje se advirtió que el General, siempre que se proporcionaba ocasión, por muy ligeras causas rompía guerras con los indios del tránsito, con que se hizo juicio que quería cerrar la entrada del río.
Resolvióse despachar al Provisor por el río Salado arriba hasta el Tucumán, y aunque para el efecto navegaron por él algunos días, no pudieron pasar adelante por estar muy cerrado de árboles y bancos de arena, y así retrocedieron a la armada, que pasados cuatro meses, llegó a la ciudad de la Asunción, cuya república halló en peor estado, porque el Obispo había llevado a su bando muchas personas principales, que trataban de prender o matar al General. Descubierto el intento, se prendieron algunas personas de sospecha, y entre ellas a un caballero llamado Pedro Esquibel, a quien luego mandó el General dar garrote, y cortar la cabeza, poniéndola en la picota: acción que causó gran turbación en todo el pueblo. Mandóse por bando que ninguna persona comunicase con el Obispo, ni hiciese junta de gente en su casa; y habiéndose entendido que su lugar Teniente Martín Suárez de Toledo tenía secreta comunicación con su Ilustrísima, le privó del oficio, y así muchas personas tuvieron por bien ausentarse a sus chacras y haciendas de campaña. El Obispo se metió en el convento de Nuestra Señora de Mercedes, donde muchos días estuvo recluso, temeroso y perseguido del General y sus ministros. Felipe de Cáceres mismo después de estos disturbios y recelos se mantenía con 50 hombres de guardia de su persona remudados cada semana, hasta que entrado el año de 1572 se resolvió la parte contraria a prenderle. Convocóse mucha gente, de modo que una noche se juntaron en casa de un vecino cercano a la Catedral 140 hombres, citados por un religioso Franciscano llamado Fray Francisco del Campo. Un lunes por la mañana, saliendo el General a oír misa en la Catedral, acompañado de su guardia, entró a hacer oración fuera de la Capilla mayor, desde donde oyó mucho tumulto y ruido de gente que entraba por la puerta del Perdón y traviesas, con cuya vista (siendo de gente armada) se levantó el General, y metiendo mano a su espada, se entró en la Capilla mayor, a cuyo tiempo salió de la sacristía el Obispo revestido con un Santo Cristo en la mano junto con su Provisor, diciendo en altas voces: Viva la Fe de JesuCristo. Con esto el General se arrimó hacia el sagrario, donde le acometieron los soldados con tropel de golpes y estocadas, sin que la guardia los resistiese, ni hiciese defensa alguna; porque todos al oír la voz del Obispo, que decía: Viva la Fe de Jesu-Cristo: respondieron, viva, excepto un hidalgo extremeño, llamado Gonzalo de Altamirano, que se opuso al orgullo de los que venían a esta prisión; pero de tal suerte le atropellaron e hirieron, que dentro de pocos días murió. Arremetiendo al General, le desarmaron y asiéndole de los cabellos y barbas, le llevaron en volantas al convento de las Mercedes, donde el Obispo le tenía dispuesta una fuerte y estrecha cámara, donde le pusieron con dos pares de grillos y una gruesa cadena, que atravesaba la pared, y correspondía al aposento del Obispo, y también en un cepo de madera cerrado con candado, cuya llave tenía el mismo Obispo. Dentro y fuera se le pusieron guardas a su costa; secuestráronle todos sus bienes, dejándole sólo para sustentarse muy escasamente. En tal estrechez estuvo este buen Caballero un año, padeciendo tales inhumanidades y molestias, que vino a pagar con lo mismo que él fraguó contra su Adelantado Alvar Núñez. ¡Altos e incomprensibles juicios de Dios, que permite que pague en la misma quien faltó al derecho de las gentes!
Al punto que se vio en la ciudad que llevaban preso al General, salió Martín Suárez de Toledo a la plaza rodeado de mucha gente armada con una vara de justicia en la mano, apellidando la voz del Rey, con que juntó así muchos arcabuceros, y usurpó sin resistencia la Real jurisdicción. Pasados cuatro días, convocó a cabildo, para que le recibiesen por Capitán y justicia mayor de la provincia, y habiendo visto por los capitulares la fuerza de esta tiranía, por obviar mayores escándalos, le recibieron al uso y ejercicio de este empleo, en el que proveyó Tenientes, Capitanes, encomenderos y demás empleos y mercedes, como consta de un auto que contra él pronunció el Adelantado Juan Ortiz de Zárate, que me pareció bien ponerle aquí la letra que es del tenor siguiente:
El Adelantado Juan Ortiz de Zárate, caballero del orden de Santiago, Capitán General, Justicia mayor, y Alguacil mayor de estas provincias de la gobernación del Río de la Plata; nuevamente intitulada la Nueva Vizcaya por la Magestad del Rey don Felipe II Nuestro Señor: Digo que por cuanto, como es público y notorio, que al tiempo que los señores don Fray Pedro de la Torre, Obispo de estas provincias, y Alonso de Segovia su Provisor, con las demás personas que para ello se juntaron, prendieron en la iglesia mayor de esta ciudad de la Asunción a Felipe de Cáceres, mi Teniente General de Gobernador en estas provincias; Martín Suárez de Toledo, vecino de esta dicha ciudad, de su propia autoridad, temeraria y atrevidamente el día de la dicha prisión tomó la vara de justicia Real en la mano, y usando de ella, usurpó la Real jurisdicción, donde después de tres o cuatro días el Cabildo, justicia y Regimiento de esta dicha ciudad, viendo que convenía al servicio de Dios Nuestro Señor, y por obviar el grande escándalo y desasosiego de los soldados y gente que se habían hallado en la dicha prisión, nombraron y recibieron al dicho Martín Suárez por mi lugar Teniente, y justicia mayor de todas estas provincias, y usando dicho oficio, sin tener poder de Su Majestad, ni mío en su Real nombre, ni menos el Cabildo y Regimiento de esta ciudad se lo pudieron dar sin tener facultad para ello: con poder absoluto dio y encomendó todos los repartimientos de indios que estaban vacos y después vacaron, y las piezas de Yanaconas de indios e indias quedaron encomendadas a las personas que quiso, por ser sus íntimos amigos y parciales en sus negocios. Por tanto por el presente en nombre de S.M., y por virtud de los reales poderes, que para ello tengo, y que por su notoriedad no van aquí expresados, doy por ninguno y de ningún valor y efecto todas las encomiendas, y repartimientos de indios Yanaconas, tierras y demás mercedes, que el dicho Martín Suárez de Toledo hizo, dio y encomendó a cualesquier personas, así en el distrito de esta ciudad de la Asunción, como en la misma ciudad Real de la provincia del Guairá; y pronuncio y declaro por vacos todos los dichos repartimientos y mercedes, para dar y encomendarlos a las personas beneméritas y a los conquistadores, que hayan servido a S. M. lealmente en esta tierra, conforme a la orden que tengo del Rey Nuestro Señor, y mando a todas las personas que así tuvieren mercedes hechas de dicho Martín Suárez de Toledo no usen de ellas en manera alguna, directa ni indirectamente, y luego que este mi auto fuere publicado, dentro de tercero día vengan manifestando los dichos indios que tuvieren con las mercedes y encomiendas de ellos, so pena de quinientos pesos de oro, aplicados para la cámara y fisco de S.M. la mitad de ellos, y la otra mitad para la persona que denunciare, en la cual dicha pena doy por condenados a los inobedientes y trasgresores de este mi auto, el cual mando se pregone públicamente en la plaza de esta ciudad; y de como así lo pronunció, proveo y mando, lo firmo de mí nombre, siendo presentes por testigos el Capitán Alonso Riquelme de Guzmán y el Tesorero Dame de la Barriega y Diego Martínez de Irala, vecinos y residentes en dicha ciudad. Y es fecho hoy sábado 22 días del mes de octubre de 1575 años. -- El Adelantado Juan Ortiz de Zarate. -- Por mandato de S. S. Luis Márquez, Escribano de Gobernación.